miércoles, 12 de agosto de 2015

Escapada a la Bal de Chistau: Gistaín, ibón de Plan y de vuelta visita a Alquézar



Tras recoger todo y disfrutar por última vez de las vistas desde el balcón de nuestra habitación, abandonamos Casa Feixas con mucha pena por lo bien que nos habían tratado y lo a gusto que habíamos estado.






Comenzamos nuestro último día en el valle recorriendo el pueblo que nos había hospedado, ya que entre unas cosas y otras no habíamos podido disfrutarlo como se merece. Gistaín  o Chistén en chistabino, está situado a 1378 metros de altitud y tiene unos 150 habitantes.



Aunque no es un pueblo muy grande tiene varios rincones con mucho encanto y en particular varias de sus casas de piedra y madera resultan un regalo para los ojos, con sus fachadas repletas de flores.






Otras, aunque no tan llamativas a primera vista, conservan la esencia de lo que ha sido vivir en estos pueblos de alta montaña durante años. Al haber estado aislado durante tanto tiempo (hasta los años treinta del siglo XX no llegó la carretera) muchas de las tradiciones se han conservado, como el chistabino, lengua de la zona, o el carnaval "muyén" que atrae cada año a cientos de personas.









Por supuesto la iglesia de San Vicente Mártir, construida entre los siglos XVI y XVIII ocupa también un lugar relevante en el pueblo. Junto a ella, un parque infantil multicolor mezcla años pasados con el presente y futuro del valle. Al norte del pueblo, junto al río Cinqueta, se encuentra además la ermita de San Fabián del siglo XVIII.



Otro lugar destacado es el torreón defensivo de la casa Tardán, en el centro de la vivienda del mismo nombre, del siglo XVI y más cuadrada y maciza que la de la iglesia. Consta de cinco plantas y está construida sobre un arco que deja pasar el agua cuando las tormentas desbordan el barranco de Sobrebilla, actuando como fortaleza, defensa y túnel que protege la casa en caso de riadas.



Pero existe otra torre que llama aun más la atención, la torre de Casa Rins, del siglo XVII. Cuenta la tradición que después de una gran discusión el dueño de casa Rins le dijo a Tardán con desprecio: "¡Cállate que eres menos que un grano de mijo!", a lo que el otro ofendido respondió: "¡Este grano de mijo te va a plantar un árbol delante de tu casa que no te dejará ver más el sol!". A la mañana siguiente en casa Rins oyeron ruido de azadas que picaban hondo cerca, pero no podían decir nada ya que Tardán tenía un campo debajo de su cocina en el que trabajaban varios hombres. Al poco tiempo levantaban los cimientos de una torre de planta cuadrada justo delante de Casa Rins, mientras que en el pueblo se comentaba: "¿Qué hace Tardán debajo de Casa Rins? Dicen que plantarle a Rins el árbol que le prometió el día de la riña". En una ventana de la primera planta de la torre cara al mediodía hay una fecha: Año 1672.


















La existencia de estas dos torres más la de la iglesia, llamativo en un pueblo tan pequeño, dieron a Gistaín el sobrenombre de "pueblo de las tres torres".

Ya saliendo del pueblo no pudimos evitar parar a hacerle una foto a la curiosa fuente, que además de las cabezas de rebeco conserva aún inscripciones medievales.






Junto a ella, un par de paneles informativos con un mapa del valle, información del pueblo y panorámica de los picos que desde allí se ven, nos despiden de este precioso pueblo que nos ha cautivado.








Desde allí nos dirigimos al famoso ibón de Plan, llamado así por su proximidad al pueblo del mismo nombre y que teníamos muchas ganas de visitar tras verlo en multitud de fotografías y programas de televisión como Chino Chano, un programa muy recomendable de Aragón TV en el que realizan rutas senderistas, o en ocasiones en bici o con raquetas, por toda la comunidad.

Inicialmente teníamos pensado ascender hasta el ibón por la "ruta larga", que sale del pueblo de Plan y llega a él en unas 3 horas, subiendo por un barranco de fuerte pendiente con un desnivel que supera los 900 metros (PR-HU 87). Otra posibilidad sería seguir el GR-15 desde Saravillo, más suave que la primera opción pero también más larga ya que el desnivel a superar es similar. En nuestro caso, como después de la excursión del día anterior teníamos las piernas algo cansadas y tampoco queríamos emprender la vuelta a casa muy tarde, nos decantamos por la versión más corta, subiendo con el coche por la pista que sale al final del pueblo de Saravillo (señalizado en la carretera principal A-2609).



Esta pista de gravilla, de unos 14 km, se tarda en recorrer aproximadamente una hora, ya que aunque no está en malas condiciones hay que ir despacio porque la atraviesan numerosos badenes de piedra, integrados en ella con el fin de que circule el agua de escorrentía ladera abajo. Además hay un par de barranqueras sin puentes, que tras tormentas fuertes pueden estar complicadas de atravesar con un turismo convencional, en caso de duda se puede consultar en la Oficina de Turismo de Plan (Teléfono: 974 50 64 00). Por otro lado, al inicio de la pista encontramos un cartel en el que informan que hay que pagar 3 € por vehículo en concepto de mantenimiento de la vía y aunque no hay barrera ni personas vigilando el pago, preferimos cumplir por lo que pudiera pasar.


La pista va entre árboles casi todo el tiempo, aunque algún claro nos permite disfrutar de las vistas del otro lado del valle.





La pista finaliza en una explanada junto al refugio de Lavasar, donde se puede dejar el coche sin problemas.






Por allí un montón de caballos pastan tranquilamente ajenos al ruido de visitantes y vehículos.



Justo detrás del refugio comienza el sendero de 1,5 km que nos lleva en una media hora hasta el ibón. El camino comienza con un tramo de bajada hasta llegar junto al arroyo que sale del ibón y que forma el barranco por el que viene la ruta desde Plan.









A partir de ahí continúa llaneando hasta llegar al ibón, con algúnos tramos entre árboles de pino negro y otros entre verdes prados.














El espectacular ibón, a 1.910 metros de altitud, refleja en sus aguas las cimas de picos de más de 2.600 metros como el pico Llosa, la punta Alta o el pico Las Coronas, con algunos neveros de nieve perpetua.





Decidimos rodear el ibón pero sólo por el margen izquierdo, ya que el otro lado parecía más complicado debido a una zona de pedreras. 






Por el camino, que transcurre casi todo el tiempo junto a la orilla y entre pinos, fuimos disfrutando de las vistas y del entorno, a la vez tranquilo y abrumador por su espectacularidad.























Además de como ibón de Plan también se le conoce como Basa de la Mora, debido a la leyenda asociada a él. Ésta cuenta que el espíritu de una joven musulmana, que se perdió por la zona huyendo de las luchas entre moros y cristianos, se aparece cada noche de San Juan al amanecer bailando junto a sus aguas, pero únicamente pueden verla las personas de alma pura...





Llegamos hasta el extremo opuesto del ibón, donde encontramos vacas y caballos pastando. Nosotros nos sentamos un rato a disfrutar de las vistas, aunque con el sol que hacía decidimos ir volviendo y comer algo a la orilla del ibón entre árboles.










El regreso al coche se hace por el mismo camino, en algo menos de media hora. Toca deshacer el recorrido hecho por la mañana por la pista de gravilla hasta el pueblo de Saravillo, que vemos abajo en el tramo final de la pista que es el único que no va entre árboles.






Resulta increíble las formas que han ido creando los ríos con el paso de los años, y al verlas se comprende el porqué del aislamiento de esta zona hasta fechas tan recientes.



Una vez en Saravillo, pasado ya el mediodía, emprendimos el camino de vuelta a Teruel. Paramos a comer en unas mesas de madera poco antes de Aínsa y decidimos aprovechar un poco el viaje desviándonos del camino más directo para visitar la villa de Alquézar. Para ello, cogimos en Aínsa la estrecha carretera A-2205, que nos llevaba hasta allí en aproximadamente una hora y media, pasando junto a pequeños pueblos encaramados en colinas, como La Torrecilla, y atravesando el límite oriental del Parque Natural de la Sierra y Cañones de Guara.



Llegamos a Alquézar sobre las 5 de la tarde y como no queríamos retrasarnos demasiado y hacía mucho calor, dimos un paseo rápido por esta bonita villa, declarada Conjunto Histórico Artístico. Se trata de un laberíntico caserío medieval situado a los pies del Castillo - Colegiata de Santa María la Mayor, que se alza sobre los profundos barrancos de la Sierra de Guara excavados por el río Vero. Aquí se puede descargar un mapa de la villa y de rutas por los alrededores.



Estas sierras prepirenaicas representaron durante mucho tiempo una frontera entre dos culturas y religiones. El origen de la fortaleza data de comienzos del siglo IX, cuando Jalaf ibn Rasid levantó sobre esta peña un primer castillo, con el fin de impedir que la resistencia cristiana del vecino condado de Sobrarbe accediera a la Barbitanya, pero apenas se conservan restos. De esa época viene el nombre de la villa, pues deriva del topónimo árabe al-Qasr, "la fortaleza". La actual fue levantada por los reyes cristianos después de arrebatársela a los musulmanes en el siglo XI. La repoblación de las laderas de la falda del castillo comenzó en el año 1100, cuando Barbastro pasó a poder de los cristianos, tras haber sido conquistada previamente por el rey Sancho Ramírez en el 1067. Entonces se estableció una guarnición militar y una comunidad religiosa en la fortaleza que la dotó de carácter militar y religioso a la vez.



Nosotros aparcamos el coche en los parking habilitados en la zona exterior de la villa, tanto para turismos como autobuses, desde los que en 5 minutos andando se llega al centro. El acceso se realiza a través de un portalón gótico con el escudo de las tres torres en su parte superior, emblema municipal de la villa que recuerda su origen militar. De las 3 puertas que tuvo la villa es la única que aún se conserva. En la época medieval, se cerraban todas las puertas que permitían entrar al pueblo durante la noche, ya que al tratarse de un importante centro comercial se cobraban impuestos a los mercaderes que quisieran vender sus productos allí.








La antigua plaza mayor recibe hoy el nombre de plaza de Mosén Rafael Ayerbe, sacerdote en Alquézar a principios del siglo pasado que creó una nueva variedad de almendro que se adaptaba mejor a las condiciones de la zona y del que se obtiene la almendra largueta o desmayo. Bajo los soportales de esta plaza, que permitían a los vecinos protegerse del sol y la lluvia sin dejar de estar en la calle, se situaban los comerciantes y artesanos para vender sus productos.



El conjunto Castillo - Colegiata Santa María la Mayor está rodeado por una muralla de doble lienzo almenado y protegido por varios torreones, siendo uno de ellos el utilizado posteriormente como campanario por la colegiata. De la primitiva iglesia románica sólo se conserva parte del muro meridional y el atrio porticado que hoy se ve integrado en el claustro. Las obras de remodelación se iniciaron en la primera mitad del siglo XVI, añadiéndole con el tiempo varias capillas. Nosotros como no disponíamos de mucho tiempo nos limitamos a verla desde fuera, desde la calle Tallada hay buenas vistas. El precio de la entrada es de 2,50 €, o de 3,50 euros si se quiere visitar también el museo etnográfico.



El trazado del casco urbano, que conserva la estructura medieval original, se hizo adaptándolo a la especial situación de la villa, con calles paralelas a las curvas de nivel y otras más estrechas que las comunicaban perpendicularmente. De hecho aún se conservan varios "callizos", o pasos cubiertos sobre las calle, de cuando había que aprovechar todo el espacio, al tratarse de una villa densamente poblada. Se dice que entonces era posible atravesarla de un extremo a otro sin pisar la calle.



En las casas de la villa se funden piedra, ladrillo y tapial, combinando los materiales usados en los somontanos y la montaña. 



Abandonamos la villa por el mismo pórtico por el que habíamos entrado, que desde el interior es un arco de medio punto, distinto del arco apuntado de la parte exterior. Bajo el paso se encuentra la casa El Médico, con uno de los escudos más antiguos de la villa.



Con esto dimos por terminada nuestra pequeña escapada al Pirineo, que aunque corta en duración había sido realmente intensa, con la Quebrantahuesos en Sabiñánigo, las rutas y paseos por el valle de Gistaín y la visita a la villa medieval de Alquézar, por lo que estábamos ansiosos por repetir la experiencia.



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