martes, 20 de enero de 2015

Día 9 en Islandia (17/09): cascadas de Hraunfossar y Barnafoss, Reykholt y Península de Snaefellsness


Con un poco de retraso, Feliz año a tod@s!!! Espero que hayáis empezado el 2015 con buen pie y con ilusión y fuerzas renovadas :)

Y tras el parón navideño toca terminar con los artículos de Islandia...
El penúltimo día del viaje nos despertamos en el parking de las cascadas Hraunfossar y Barnafoss. Junto a él hay una tienda - cafetería que estuvo cerrada el tiempo que estuvimos allí y unos baños a los que se puede acceder libremente aunque se piden 100 ISK para su mantenimiento.


Esa noche había bajado bastante la temperatura, aunque el recuerdo de las auroras hizo que nos levantáramos muy animados. Tras recoger y desayunar algo rápido, dimos un paseo por la zona (más info en la ruta 45 de la Guía Rother 1ª ed), declarada monumento nacional en 1987. Junto al parking hay un mirador que permite ver Hraunfossar desde varios ángulos.






Más que una cascada, Hraunfossar es un conjunto de innumerables surgencias de agua que emergen a través de la lava del Hallmundarhaun y fluyen hacia el río Hvitá mediante varios saltos y caídas a lo largo de casi un kilómetro.





Continuando por el camino señalizado río arriba nos alejamos de Hraunfossar, disfrutando de este precioso entorno y de como se iba estrechando el cauce del río Hvitá.





A lo lejos podíamos apreciar, pese a lo cubierto del día, una cumbre nevada, creemos que la del glaciar Eiríksjökull, de 1675 m de altitud.



La otra cascada de la zona, Barnafoss, es en realidad un rápido de agua de abundante caudal, con valores medios de 80 metros cúbicos por segundo pero alcanzando los 500 en época de crecidas, producido al estrecharse el cauce del río Hvitá.

La fuerza del agua ha forjado puentes y arcos de piedra a su paso.



El nombre de Barnafoss, literalmente "cascada de los niños", tiene como origen un accidente en el que perdieron la vida dos niños al intentar cruzar el río por un arco de lava natural que existía antiguamente y que su madre hizo romper tras su muerte. En la actualidad un puente de madera permite cruzar de un lado a otro del río.



Estuvimos un rato por allí haciendo fotos y volvimos por el otro camino hacia el aparcamiento.


Tocaba continuar ruta y nuestra siguiente parada no estaba muy lejos, el pueblo de Reykholt. Fue una parada bastante breve, ya que no queríamos entretenernos mucho y en realidad el pueblo tampoco tenía mucho que ver, aunque se trata de uno de los lugares históricos más conocidos de Islandia puesto que allí vivió en el s. XIII Snorri Sturluson, político y uno de los grandes autores de sagas de la época medieval. De hecho, en el pueblo hay un centro de estudios medievales que se centra especialmente en la historia de la región.

El día anterior al pasar por allí nos había llamado la atención su iglesia blanca con tejado rojo, similar a otras del país pero con una torre bastante alta que permite distinguirla a distancia.



Junto a ella, se encuentra Snorralaug o baño de Snorri, una piscina de agua caliente geotermal donde según las sagas Snorri fue asesinado, y cuya granja está conectada con la piscina por un pasadizo. Se conoce que ya estaba en uso en el s. X, aunque en esa época no había constancia de que nadie viviese en la zona de forma permanente. Tiene una profundidad de 1 m y un diámetro de 4. El fondo de la piscina está en la actualidad lleno de monedas lanzadas por los turistas.



A unos 7 kilómetros de Reykholt, siguiendo por la carretera 518 y tomando después la 50 hacia el Norte, se puede visitar Deildartunguhver a través de un acceso señalizado. Se trata de la fuente de agua caliente más caudalosa del mundo, con un caudal de 180 L/s y una temperatura cercana a los 100 ºC.





Al llegar allí nos encontramos con algo muy curioso, un puesto de venta de tomates junto al aparcamiento. En una pequeña caseta sin nadie en los alrededores habia cestas con bolsas de tomates y en un cartel indicaban el precio a pagar, 200 kr que había que dejar en el buzón de la pared.



Sorprendidos por el hallazgo y por la buena fe de los islandeses recorrimos la zona maravillados con el agua que salía casi en ebullición y que es utilizada para calefacciones desde 1925. Hoy en día llega por bombeo (está a tan sólo 19 m sobre el nivel del mar) hasta Akranes, Borgarnes y Hvanneyri mediante una red de tuberías de 74 km.






Ahora ya sí tocaba poner rumbo a la península de Snaefellsness. Continuamos por la carretera 50 hasta llegar a la Ring Road y por ella hasta Borgarnes. Una vez allí cogiendo la 54 nos dirigimos al sur de la península.


Aunque el día estaba bastante nublado, de camino pudimos disfrutar de imágenes tan bonitas como estas, gracias a pequeñas lagunas que permitían ver el reflejo como si de un espejo se tratase.






Llegando a la península se puede ver a la izquierda de la carretera el cráter de Eldborg, de 112 metros de altitud y prácticamente circular. Al erupcionar hace miles de años expulsó una enorme cantidad de lava que dio lugar al campo de lava que lo rodea, Eldborgarhaun, ahora cubierto de arbustos. Se puede subir a su cima en algo más de 2 horas para disfrutar de las vistas desde Snorrastaðir, un desvío a mano izquierda poco antes de llegar a él.



El paisaje por esta zona es prácticamente igual todo el tiempo, con grandes extensiones de distintos tonos, ocres, verdes, amarillos y marrones, salpicados con granjas y ganado y algunas colinas intercaladas, algunas hacia el interior y otras a pocos metros de la costa.



Continuando por esta carretera, justo al entrar en la península propiamente dicha, se deja a mano derecha una especie de muro de columnas de basalto de más de 3 metros de alto que se asemeja a un acantilado, señalizado como Gerðuberg. Se puede acceder mediante una pista de tierra de aproximadamente un kilómetro.



Aunque resulta bastante curioso, como ya habíamos visto varias veces este tipo de formaciones a lo largo del viaje no le dedicamos mucho tiempo y seguimos bordeando la península.




Llevábamos anotado que la playa de Ytri Tunga, a la que se accede desde la granja del mismo nombre, era un buen lugar para ver focas. Como nos habíamos quedado sin poder verlas en Vatnsnes decidimos lanzarnos a la aventura y probar suerte. 

En la propia carretera 54 hay una señal con el nombre de Ytri Tunga que permite acceder por una pista no muy larga hasta la granja. Allí se puede dejar el coche y acercarse por un camino hasta la costa. Aunque se hace un poco raro andar por allí al tratarse de una casa particular, si se va con respeto no tiene porqué haber ningún problema, a nosotros nadie nos dijo nada.




Gracias a ello pudimos ver dos focas tumbadas entre las piedras, algo camufladas, pero que ni se inmutaron al aproximarnos a ellas.


Tampoco quisimos acercarnos mucho para no molestarlas, estuvimos un rato viéndolas con los prismáticos y haciendo alguna foto de los gestos tan graciosos que hacían y nos volvimos al coche contentos por haberlo conseguido.



Siguiendo por la carretera 54, poco antes del cruce con la 574, se encuentra a mano derecha la cascada de Bjarnarfoss. El acceso, a través de una pista de gravilla, está señalizado, si bien al tratarse de una granja particular no es posible llegar fácilmente  con el coche hasta su base.





Nuestra idea era rodear por completo la península por lo que continuamos por la carretera 574 también asfaltada. Si se quiere atajar se puede continuar por la 54 para llegar a la zona norte (al este de Olafsvík) en unos 15 kilómetros, aunque según el mapa algo más de la mitad es de gravilla. Al poco de dejar atrás el cruce hay una desviación a mano izquierda que permite acceder Búðir. Primero se llega a un pequeño hotel junto al mar y si se sigue la carreterilla hasta el final se llega a la curiosa y solitaria iglesia negra.





De ahí hacia el oeste se extiende el campo de lava de ðahraun que se puede recorrer gracias a varios caminos.


Uno de ellos, conocido como Klettsgata, permite llegar en poco más de una hora al cráter Búðaklettur, también visible si se continúa por la carretera 574 junto al acceso a una antena. 


Desde allí, al estar en una zona algo más elevada que el resto, pudimos disfrutar de todo el paisaje que nos rodeaba, que pese al cielo cubierto resultaba impresionante.






Unos kilómetros más adelante se encuentra a mano derecha Rauðfeldargjá, una garganta muy estrecha a cuya base se accede andando desde un aparcamiento de gravilla, remontando el curso del riachuelo que la atraviesa. 



El nombre del cañón tiene su origen según la leyenda en la disputa entre dos hermanos, mitad hombres mitad troll. Cuando uno de ellos empujó a la hija del otro a un iceberg que la arrastró hacia Groenlandia, a pesar de que no sufrió ningún daño, éste se vengó encerrando al hijo de su hermano, llamado Raufelður en un cañón. Tras esto se dirigió al glaciar y nunca más se le volvió a ver, aunque se dice que si se remonta el río lo suficiente por el interior de la garganta quizá se le encuentre, ya que aun hoy merodea por la zona...



Se tarda algo más de media hora en subir a verlo y volver, por lo que si se tiene tiempo merece la pena acercarse, ya que el interior de la grieta tiene un encanto especial. 



Hay que tener cuidado con algunas piedras que pueden resbalar y es difícil sacar buenas fotos con la luz que hay, pero resulta agradable quedarse unos segundos observando el lugar.



Los alrededores del cañón son en su mayor parte campos de lava cubiertos del musgo típico del lugar.



Nuestros siguientes objetivos eran Arnastapi y Hellnar, unidos por un camino junto a los acantilados de Svörtuloft que se puede recorrer andando en aproximadamente 1 hora (ruta 43 de la guía Rother). Nosotros aun teníamos que comer, era algo tarde y el tiempo parecía estar empeorando por lo que lo dejamos para otra ocasión (ojalá!). Nos acercamos primero a Hellnar, antigua comunidad de pescadores con casas de madera, donde hay un centro de visitantes con baño y cafetería junto al que comimos nuestros bocatas.



Tras la fugaz comida seguimos hasta el final de la carretera junto a la costa, donde comienza la ruta a Arnarstapi y ya se empiezan a distinguir los negros acantilados basálticos.




Después retrocedimos hasta Arnarstapi, otra estación de pescadores reconvertida en área vacacional y que cuenta en su costa con numerosas formaciones características.



Allí nos encontramos con este curioso monumento de piedra muy próximo al mar. 




Los acantilados de esta zona son espectaculares, tanto por su altura como por sus formas y colores. 




Hay ademas multitud de cuevas, barrancos y pequeñas playas de arena negra que los hacen todavía más especiales.



Por los alrededores del monumento de piedra varios caminos permiten recorrer el lugar. A pocos metros se encuentra este magnífico arco, una de las formaciones estelares que en días de mar fuerte se convierte en un auténtico espectáculo.



A unos 10 km de Arnarstapi, siguiendo por la carretera 574, se pueden contemplar más formaciones curiosas en Lóndrangar, tomando una desviación hacia la costa de poco más de un kilómetro. Se trata de dos peñascos restos de tapones de cráter formados por una mezcla de escoria y fragmentos de basalto.






Un poco más adelante se encuentra la cueva Vatnshellir junto a la carretera, un tubo de lava de 8000 años de antigüedad que llega hasta 35 metros bajo la superficie terrestre, pero a la que sólo es posible acceder con visita guíada, por lo que nosotros continuamos hasta la desviación de la carretera 572, que permite llegar a un aparcamiento junto a la playa de arena negra de Djúpalón o Djúpalónsandur.




Allí los marineros que salían a pescar desde el cercano Dritvík medían su fuerza levantando 4 piedras de distintos tamaños hasta la altura de la cadera. La más grande, Fullsterkur (plena fuerza) pesa 154 kg; la segunda, Hálfsterkur (fuerza suficiente) 100 kg; la tercera, Hálfdraettingur (fuerza media) 54 kg y la última, Amlódi (enclenque) "sólo" 23 kg. Se requería como mínimo levantar la Hálfsterkur para ser remero de uno de estos barcos de pesca.



Yo tenía claro que no iba a poder casi ni con la pequeña pero José sí que probó suerte, aunque dejamos sin desvelar cuál consiguió levantar...



Nos acercamos hasta la orilla para observar más formaciones de roca basáltica y hacernos alguna foto con los curiosos montículos de piedras redondeadas.



En la playa había además restos metálicos de un pesquero de arrastre británico que naufragó cerca de allí en marzo de 1948, sobreviviendo únicamente 5 personas del total de 19 que formaban la tripulación. Hay un cartel en el que informan de la tragedia y donde piden colaboración no moviendo los restos.


Junto al camino de acceso a la playa (Naustatígur) se pueden ver más formas peculiares de la roca volcánica como este curioso arco llamado Gatklettur.





En el aparcamiento hay también paneles informativos sobre rutas por la zona.

Siguiendo hacia el Oeste aproximadamente a 1 kilómetro se encuentra Drítvík, la mayor y más productiva estación pesquera en Islandia entre abril y mayo del siglo XVI al XIX y desde donde salían al mar entorno a 60 barcos diarios, con entre 200 y 600 trabajadores. En la actualidad sin embargo la zona se encuentra desierta, con tan sólo algunos restos de piedra de las antiguas instalaciones y donde lo más destacable es un gran peñasco llamado Tröllakirkja o iglesia de los troles. Nosotros preferimos continuar avanzando con el coche ya que había empezado a llover a ratos y no parecía que fuese a mejorar.


Mientras seguíamos por la carretera 574 que recorre la parte más occidental de la península de Snaefellsness, comenzamos a ver a su gran protagonista, el volcán Snaefellsjökull de 1446 metros cubierto por su corona de nieve perpetua. Constituye la mayor parte del Parque Nacional Snaefellsjökull, el único parque nacional costero de Islandia con una superficie de 170 kilómetros cuadrados.


La fama de este volcán extinto viene en parte de haber sido elegido por Julio Verne como lugar de acceso al interior del planeta en el clásico Viaje al centro de la Tierra. Se pueden contratar excursiones para subir a la cima del glaciar en distintos lugares como Ólafsvík o Arnarstapi.




Nuestra siguiente parada fue el cráter de Saxhóll, que entró en erupción hace unos 3500 años y se eleva 109 m sobre el nivel del mar. Hay un camino para subir hasta su cima, donde hay un mirador con buenas vistas del Snaefellsjökull y el campo de lava cercano Neshraun




Continuamos rodeando la península sin dejar prácticamente en ningún momento de contemplar al auténtico protagonista. Pese al mal tiempo resultaba impresionante, en un día despejado debe ser espectacular.


Paramos unos minutos en Hellisandur, el único pueblo desde el que es visible el glaciar y que cuenta con un Museo de Pescadores donde hay réplicas de las últimas cabañas de pescadores de la zona hechas de madera y turba, antiguos barcos y motores, así como una reproducción de las piedras de distintos tamaños de Djúpalón. El museo está abierto entre el 1 de junio y el 14 de septiembre y la entrada son 500 ISK.


Nosotros lo vimos un poco desde fuera, haciendo algunas fotos y disfrutando de las vistas del glaciar y seguimos por la carretera 574 hacia las afueras del pueblo, donde cogimos una desviación a mano derecha que lleva a la iglesia de Ingjaldshóll. Hace varios siglos se encontraba aquí una gran mansión donde se dice que pasó el invierno de 1477 Cristobal Colón, cuando aun era un comerciante que navegaba por estos mares. Según cuenta la leyenda aquí oyó hablar de las hazañas de los vikingos en unas tierras nuevas del oeste lo que sirvió de inspiración para su viaje de 1492.



A unos 9 km de Hellisandur se encuentra Olafsvík, una villa fundada hace un par de siglos encajada entre el mar y la montaña y que se caracteriza por su puerto natural, el más importante de toda la península. Destaca también la iglesia con forma de pez que alberga un púlpito de 1710.



Poco después llegamos a Grundarfjörður, pequeño pueblo pesquero situado al fondo del fiordo del mismo nombre con el macizo montañoso de Helgrindur a sus espaldas y el monte Kirkjufell en la península situada en su lado oeste.

Como se estaba haciendo de noche y el tiempo estaba empeorando por momentos decidimos buscar un sitio para dormir, cenar algo rápido en la furgoneta y aprovechar para descansar. Durante la búsqueda vimos que el pueblo no tenía mucho de especial, las ya habituales casas de madera y la iglesia blanca con tejado rojo.



Habíamos visto en el mapa que en el pueblo había un camping, pero tras dar varias vueltas lo único que encontramos fue un área de acampada con tan sólo una pequeña caseta como instalaciones, por lo que optamos por cenar en un restaurante del pueblo y dormir cerca del monte Kirkjufell para intentar robar alguna foto aceptable.
Cenamos en RúBen, junto a la carretera principal, una hamburguesa y una pizza por 30 € todo. La comida no estaba mal aunque no era nada del otro mundo, y el sitio era tipo taberna, con varias televisiones y gente local, mientras estábamos allí llegaron los chavales del equipo de fútbol a cenar.

Tras la cena nos fuimos directos a dormir. Aparcamos la furgoneta en una explanada junto a la carretera a los pies de Kirkjufell, cerca de un par de caravanas. Bastante cansados y un poco tristes por saber que con ese mal tiempo ya no veríamos más auroras, caímos rendidos mientras fuera no paraba de llover.


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